Atravesar cualquier parque esquivando, en la medida de lo posible, pisar las secas hojas de los inmensos robles es, cada día, más difícil. Se ven majestuosos con sus más de 30 metros. Pero son, también, débiles. Con un simple soplo el viento los desnuda. Si él puede hacerles eso a los árboles, ¿qué no podrá hacernos a nosotros?. ¿A dónde nos arrastrará?.
Y lo peor está por venir. Cuando el frío se le una y ambos caminen de la mano. Porque ya oigo, entre susurros que vienen del norte, sus pasos sobre la nieve recién caída. Aunque, a decir verdad, no hay motivo para la alarma. Para que llegue faltan casi dos meses y quién sabe hasta donde me habrá arrastrado el viento para ese entonces.
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